La materia de Tierra de nadie es casi siempre dramática, pero también mágica, y tiene lugar en el vasto y alucinante Norte mexicano, donde si lo real es perfectamente verdadero y concreto, asimismo es apocalipticamente irreal. Parra navega en esa desolación mezclando verdad y mito, poesía y denuncia, realismo y delirio, tragedia e imaginación; va trazando con verdadera maestría y una cartografía conmovedora —escalofriante por momentos— de esa tierra de nadie que constituyen el desierto, el río Bravo, las ciudades fronterizas, las aldeas fantasmales, los pueblitos endemoniados, por donde aparecen los campesinos con tierra y terror, los prostitutos, los maestros de primaria, las mujeres sin hombre, los hombres que se fueron al Otro Lado —la muerte o Estados Unidos—, los borrachines y sus compañeras, los periodistas corruptos... A la vez urbano, desértico, campesino, industrial y migrante, el Norte es a final de cuentas una Tierra de Todos —fantasmas de carne y hueso— que ha encontrado en Eduardo Antonio Parra un narrador excepcional.